El sistema tomista se basa en la determinación rigurosa de la relación
entre la razón y la revelación. Al hombre, cuyo fin -último es Dios, que
excede a la comprensión de la razón, no le basta la investigación basada en la
razón. Las verdades mismas, a que por sí sola puede llegar la razón, no
pueden alcanzarlas todas las personas, y el camino que a ellas conduce no
está libre de errores. Por ello, fue necesario que el hombre fuera instruido
convenientemente y con mayor certeza por la revelación divina. Pe.ro la
revelación ni anula ni inutiliza la razón: "la gracia no elimina la naturaleza,
sino que la perfecciona". La razón natural está subordinada a la fe, como en
el dominio de la práctica la inclinación natural se subordina a la caridad. Es
cierto que la razón no puede demostrar lo que pertenece a la fe, porque
entonces la fe perdería todo su mérito. Pero puede servir de auxiliar a la fe
de tres maneras distintas. En primer lugar, demostrando los preámbulos de
la fe, es decir, las verdades cuya demostración es necesaria a la fe misma. No
podemos creer en lo que Dios ha revelado, si no sabemos que Dios existe. La
razón natural demuestra que Dios existe, que es uno, que tiene las
características y los atributos que pueden inferirse de la consideración de las
cosas que ha creado. En segundo lugar, la filosofía puede utilizarse para
aclarar mediante comparaciones las verdades de la fe. En tercer lugar, puede
rebatir las objeciones contra la fe, demostrando que son falsas o al menos
que no tienen fuerza demostrativa.
Sin embargo, por otra parte, la razón tiene su propia verdad. Los
principios que le son intrínsecos y que son certísimos, porque es imposible
pensar que sean falsos, le han sido infundidos por Dios, que es el autor de la
naturaleza humana. Por lo tanto, estos principios derivan de la Sabiduría
divina y forman parte de ella. La verdad de razón nunca puede ser opuesta a
la verdad revelada: la verdad no puede contradecir la verdad. Cuando surge
una oposición, es señal de que no se trata de verdades racionales, sino de
conclusiones falsas, o al menos, no necesarias: la fe es la regla del recto
proceder de la razón.
El principio aristotélico de que "todo conocimiento empieza por los
sentidos", es utilizado por Santo Tomás para limitar la capacidad y las
pretensiones de la razón. La razón humana puede, es cierto, elevarse nasta
Dios; pero sólo partiendo de las cosas sensibles. "Mediante la razón natural,
el hombre no puede llegar a conocer a Dios si no es a través de las criaturas.
Las criaturas conducen al conocimiento de Dios, como el efecto lleva a la
causa. Por consiguiente, gracias a la razón natural, sólo podemos llegar a
conocer de Dios lo que le corresponde necesariamente por ser el principio de
todas las cosas que existen". De las dos
demostraciones que puede lograr la razón, la a priori o propter quid, que
parte de la esencia de una causa para descender a sus efectos, y la a
posteriori o quia, que parte del efecto para remontar a la causa, sólo la
segunda puede utilizarse para conocer a Dios. Pero
aunque lleva a admitir la necesidad de la existencia de Dios como causa
primera, nada puede decir acerca de la esencia de Dios. Por lo tanto, la
razón, con sólo sus fuerzas, no puede llegar a demostrar la Trinidad y la
Encarnación ni todos los misterios relacionados con estos dos. Estos
misterios son los verdaderos "artículos de fe" que la razón puede aclarar y
defender, pero no demostrar; mientras que la existencia de Dios y otras
cosas acerca de Dios, que la razón con sus propias fuerzas puede llegar a
demostrar, son los preámbulos de la fe.
Aclarando así el campo de la fe y de la razón, Santo Tomás pasa a aclarar
los actos correspondientes. A base de una definición de San Agustín
, Santo Tomás define el acto de la fe, el creer, como
un "pensar con asentimiento" (cogitare cum assensu), entendiendo por
"pensar" la "consideración investigadora del intelecto y el consentimiento
de la voluntad". El pensar propio de la fe es un acto intelectual que todavía
está investigando, porque aún no ha llegado a la perfección de la visión
cierta. Ahora bien, a todos los actos intelectuales de esta clase no se les une
el asentimiento: dudar consiste en no inclinarse por el si ni por el no-,
sospechar consiste en inclinarse a un lado, pero estando movido por una
pequeña señal de la otra parte; opinar, es adherirse a una cosa, con temor de
que la cosa contraria sea verdadera. "Pero este acto que es el creer, dice
Santo Tomás, incluye la adhesión firme a una
parte; en lo que el creyente es semejante al que tiene ciencia o inteligencia:
su conocimiento no es perfecto como el del que tiene una visión evidente,
en lo cual es semejante al que duda, sospecha u opina. Y así, es propio del
creyente pensar con asentimiento." El asentimiento implícito a la fe, si bien
es semejante por su seguridad al implícito en la inteligencia y en k ciencia,
es diferente por su móvil: pues no está producido por el objeto, sino por una
elección voluntaria que inclina al hombre hacia un lado y no hacia el otro.
En efecto, el objeto de la fe no es "visto" por los sentidos ni por la
inteligencia, pues la fe, como dijo San Pablo, es "la prueba
de las cosas no vistas". De este modo Santo
Tomás, aunque reconoce a la fe mayor certeza que al saber científico, funda
esta certeza en la voluntad, reservando únicamente a la ciencia la certeza
objetiva.
BIBLIOGRAFIA
ABBAGNANO, Nicolas, Historia de la filosofía, Barcelona, HORAS S.A, 1994.
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