Cuando el cristianismo, para defenderse de los ataques polémicos y de las
persecuciones, y asimismo para garantizar su propia unidad contra escisiones
y errores, tuvo que poner en claro sus propios presupuestos teóricos y
organizarse como sistema doctrinal, se presentó como expresión completa y
definitiva de la verdad que la filosofía griega había buscado, aunque sólo la
había hallado de una manera parcial e imperfecta. Una vez en el terreno de
la filosofía, el cristianismo sostuvo su continuidad con la filosofía griega y se
presentó como la última y más completa manifestación de la misma.
Justificó esta continuidad con la unidad de la razón, que Dios ha creado
idéntica para todos los hombres y todos los tiempos y a la cual la revelación
cristiana ha dado el último y más seguro fundamento; y con esto afirmó
implícitamente la unidad de la filosofía y de la religión. Esta unidad no es
un problema para los escritores cristianos de los primeros siglos; es, más
bien, un dato o un presupuesto, que guía y dirige toda su investigación. Y
aun cuando establecen una antítesis polémica entre la doctrina pagana y la
cristiana (como en el caso de Taciano), esta antítesis se establece en el
terreno común de la filosofía y presupone, por tanto, la continuidad entre
cristianismo y filosofía.
Era natural, desde este punto de vista, que se intentase por un lado
interpretar el cristianismo mediante conceptos tomados de la filosofía griega
para así enlazarlo con tal filosofía, por otra parte conducir el significado de
la filosofía griega al mismo cristianismo. Este doble intento, que en realidad
es uno solo, constituye la esencia de la elaboración doctrinal de que el
cristianismo fue objeto en los primeros siglos de la era común. En esta
misma elaboración los Padres de la Iglesia, como era inevitable, se ayudaron
e inspiraron en las doctrinas de las grandes escuelas filosóficas paganas, sobre
todo, de los estoicos, lanzándose a veces (como ocurre en Tertuliano) hasta
aceptar tesis aparentemente incompatibles con el cristianismo, como la de la
corporeidad de Dios.
Este período de elaboración doctrinal es la patrística. Padres de la Iglesia
son los escritores cristianos de la antigüedad, que han contribuido a la
elaboración doctrinal del cristianismo, y cuya obra ha sido aceptada y hecha
propia por la Iglesia. El período de los Padres de la Iglesia se puede
considerar cerrado con la muerte de Juan Damasceno para la Iglesia griega
(hacia 754) y con la de Beda el Venerable para la Iglesia latina. Este
período puede dividirse en tres fases. La primera, que llega hasta el año 200,
está dedicada a la defensa del cristianismo contra sus adversarios paganos y
gnósticos. La segunda, que va desde el 200 hasta el 450, está dedicada a la
formulación doctrinal de las creencias cristianas. La última, que va desde el
450 hasta el fin de la patrística, sé caracteriza por la reelaboración y
sistematización de las doctrinas ya formuladas.
BIBLIOGRAFIA
ABBAGNANO, Nicolas, Historia de la fiLosofía, Barcelona, HORAS S.A, 1994.
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