jueves, 18 de abril de 2013

LA BÚSQUEDA DE DIOS EN SAN AGUSTIN


La verdad es Dios: éste es el principio fundamental de la teología
agustiniana. El carácter fundamental de la verdad reside en el hecho que ella
nos revela lo que es, en contraste con la falsedad, que nos hace aparecer o
creer lo que no es. La verdad es la revelación del ser como tal. Es el ser que
se revela, el ser que ilumina la razón humana con su luz y le suministra la
norma de todo juicio, la medida de cualquier valoración. En esta revelación
del ser hecha al hombre en su interior, en este valor suyo para el hombre
como principio que ilumina su investigación, consiste la verdad. Pero el Ser
que se revela y habla al hombre, el Ser que es Palabra y Razón iluminadora,
es Dios en su Logos o Verbo . La verdad no es otra, por
tanto, que el Logos o Verbo de Dios. La primera y fundamental
determinación teológica del Dios cristiano nace, pues, del planteamiento
mismo de la investigación agustiniana. Precisamente en cuanto el hombre
busca a Dios en el interior de su conciencia, Dios es para él Ser y Verdad,
Trascendencia y Revelación, Padre y Logos. Dios se revela como
trascendencia al hombre que incesante y amorosamente le busca en la
profundidad de su yo: esto quiere decir que El no es ser, sino en cuanto es a
la vez manifestación de sí mismo como tal, esto es, Verdad: que no es
trascendencia sino en cuanto es al mismo tiempo revelación, que no es Padre
sino en cuanto también es Hijo, Logos o Verbo que se acerca al hombre para
traerle a sí. Las dos primeras personas de la Trinidad se manifiestan al hombre
en la investigación; y también la otra, el Espíritu Santo, que es el amor. Dios es
Amor, además de Verdad; amor y verdad van juntos porque no puede haber
amor si no es por la verdad y en la verdad. Amar a Dios significa amar al Amor,
pero no se puede amar al Amor si no se ama a quien ama. No es amor el no amar
a nadie. Por esto el hombre no puede amar a Dios, que es Amor, si no ama a los
otros hombres. El amor fraterno entre los hombres "no sólo nace de Dios,
sino que es Dios mismo" . Dios se revela como Verdad a
quien busca la verdad; Dios se ofrece como amor sólo a quien ama. La
búsqueda de Dios no puede ser, pues, solamente intelectual, es también
necesidad de amor: parte de la pregunta fundamental: "¿Qué amo, oh Dios,
cuando te amo a ti? ".
* Aquí está el nudo de la investigación acerca del alma y de Dios, nudo que
es el centro de la personalidad de Agustín. No es posible buscar a Dios si no
es sumergiéndose en la propia interioridad, confesándose y reconociendo el.
verdadero ser propio: pero este reconocimiento es el mismo reconocimiento

de Dios como verdad y trascendencia. Si el hombre no se busca a sí mismo
no puede encontrar a Dios. Toda la experiencia de la vida de Agustín se
expresa en esta fórmula, ya que sólo más allá de sí mismo, en lo que
trasciende la parte más elevada del yo, se vislumbra, por la misma
imposibilidad de alcanzarla, la realidad del ser trascendente. Por un lado, las
determinaciones de Dios se fundan en la investigación; por otra parte, la
investigación se funda en las determinaciones de la trascendencia divina.
Cierto que el hombre no puede admitir la trascendencia si no busca; pero no
puede buscar si la trascendencia no le llama hacia sí, y no le sostiene
revelándose en su inescrutabilidad. Dios, por su trascendencia, es el
trascendental del alma, la condición de la investigación, de toda su actividad.
Al mismo tiempo, es la condición de las relaciones entre los hombres. Dios
es el Amor, que condiciona y hace posible cualquier amor. Pero no es
posible reconocerle como amor, y, por tanto, amarle, si no se ama; y no
puede amarse más que al prójimo. Amar al Amor significa, en primer lugar,
amar; y no se puede amar sino al hombre. El amor fraterno, la caridad
cristiana, condiciona la relación entre Dios y el hombre; y al mismo tiempo
está condicionada por ella. También aquí el Amor divino, el Espíritu Santo,
es en su trascendencia el trascendental de la búsqueda que lleva al hombre
hacia los demás hombres.
El tema de toda la investigación de San Agustín es el mismo, y es el tema
de su vida: la relación entre el alma y Dios, entre la investigación humana y
su término trascendente y divino. Pero esta relación se manifiesta en San
Agustín religiosa y no filosóficamente. Su acento no cae sobre la posibilidad
humana de la búsqueda de lo trascendente, sino sobre la presencia de lo
trascendente al hombre como posibilidad de la investigación. La iniciativa se
deja a Dios. Precisamente mientras el hombre se da a la investigación y
quema en el ardor de ella las escorias de su humanidad inferior, debe
reconocerse que la iniciativa no parte de él, sino de Dios, que él consigue
entrar en relación con la trascendencia divina sólo porque ésta se le revela, y
llega a amar a Dios, sólo porque Dios le ama. El esfuerzo filosófico se
transforma en humildad religiosa, la investigación se convierte en fe. La
libertad de la iniciativa filosófica aparece como gracia. La exigencia de
referir cualquier esfuerzo, cualquier valor humano a la gracia divina no es un
puro resultado de la polémica contra los pelagianos, resultado que negaría
los motivos agustinianos más profundos, sino una exigencia intrínseca de la
especulación agustiniana. Tal exigencia se funda en la relación con que en la
personalidad de Agustín se enlazan la filosofía y la religión, la investigación
y la fe: relación de tensión, por la cual se atraen, y al mismo tiempo se
oponen una a otra.

BIBLIOGRAFIA
ABBAGNANO, Nicolas, Historia de la filosofía, Barcelona, HORAS S.A, 1994

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