jueves, 18 de abril de 2013

SAN AGUSTÍN: LA CUIDAD DE DIOS


La vida del hombre individual está dominada por una alternativa
fundamental: vivir según la carne o vivir según el espíritu. La misma
alternativa domina la historia de la humanidad. Esta está constituida por la
lucha de dos ciudades o reinos: el reino de la carne y el reino del espíritu, la
ciudad terrena, o ciudad del diablo, que es la sociedad de los impíos, y la
ciudad celestial o ciudad de Dios, que es la comunidad de los justos.
Estas dos ciudades no se distribuyen nunca netamente su campo de
acción en la historia. Ningún período de la historia, ninguna institución es
dominada exclusivamente por una u otra de las dos ciudades. No se
identifican nunca con los elementos particulares con que la historia de los
hombres se construye, ya que dependen solamente de lo que cada individuo
decide ser: "El amor de sí mismo llevado hasta el desprecio de Dios,
engendra la ciudad terrena; el amor de Dios llevado hasta el desprecio de sí,
engendra la ciudad celestial. Aquélla aspira a la gloria de los hombres; ésta,
por encima de todo, a la gloria de Dios, testimoniado por la conciencia...
Los ciudadanos de la ciudad terrena están dominados por una necia
ambición de dominio que los induce a subyugar a los demás; los ciudadanos
de la ciudad celestial se ofrecen uno a otro con espíritu de caridad y
respetan dócilmente los deberes de la disciplina social". Ninguna contraseña exterior distingue las dos ciudades, que están
mezcladas desde el comienzo de la historia humana y lo estarán hasta el fin
de los tiempos. Sólo preguntándose a sí mismo podrá cada uno averiguar a
cuál de las dos ciudades pertenece.
Toda la historia de los hombres en el tiempo es el desarrollo de estas dos
ciudades: se divide en tres períodos fundamentales. En el primero los
hombres viven sin leyes y no hay todavía lucha contra los bienes del mundo;
en el segundo los hombres viven bajo la ley y por esto combaten contra el
mundo, pero son vencidos. El tercero es el tiempo de la gracia, en el cual los
hombres luchan y vencen. Agustín distingue estos períodos en la historia del
pueblo de Israel. Atenas y Roma son juzgadas por San Agustín, sobre todo a
través del politeísmo de su religión. Roma es la Babilonia de Occidente. En
su origen hay un fratricidio, el de Rómulo, que reproduce el fratricidio de
Caín, del cual nació la ciudad terrena. Las mismas virtudes de los ciudadanos
de Roma son virtudes aparentes, pero en realidad son vicios, porque la
virtud no es posible sin Cristo.
El libro VIII del De civitate Dei está dedicado al examen de la filosofía
pagana. Agustín se detiene sobre todo en Platón, a quien llama "el más
merecidamente famoso entre los discípulos de Sócrates". Platón ha
admitido la espiritualidad y unidad de Dios, pero ni siquiera él ha glorificado
y adorado a Dios como tal, sino que, como los demás filósofos paganos, ha
admitido el culto politeísta. Las coincidencias de la
doctrina platónica con la cristiana son explicadas por Agustín aduciendo los
viajes de Platón a Oriente, durante los cuales pudo conocer el contenido de
los libros sagrados. En cuanto a los neoplatónicos, se ha
visto cómo Agustín mismo ha sido dirigido hacia el cristianismo por los
escritos de Plotino: han enseñado la doctrina del Verbo; pero no que el
Verbo se haya encarnado y sacrificado por los hombres.
Estos filósofos han vislumbrado, sin duda, aunque de una manera oscura, el
fin del hombre, su patria celestial; pero no han podido enseñarle el camino,
que es el señalado por el apóstol San Juan: la encarnación del Verbo.

BIBLIOGRAFIA
ABBAGNANO, Nicolas, Historia de la filosofía, Barcelona, HORAS S.A, 1994.

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