jueves, 18 de abril de 2013

SAN AGUSTIN: EL PROBLEMA DE LA CREACIÓN Y DEL TIEMPO


En cuanto es Ser, Dios es el fundamento de todo lo que es; es, pues, el
creador de todo. Y de hecho la mutabilidad del mundo que nos rodea
demuestra que no es el ser: ha debido, pues, ser creado, y ha tenido que ser
creado por un Ser eterno. Dios ha creado todas las cosas por
medio de la Palabra; pero la palabra de que habla el Génesis no es la palabra
sensible, sino el Logos o Hijo de Dios, que es coeterno con él .
El Logos o Hijo tiene en sí las ideas, esto es, las formas o las razones
inmutables de las cosas, que son eternas como lo es él mismo; y en
conformidad con tales formas o razones han sido formadas todas las cosas
que nacen y mueren. Estas formas o ideas no
constituyen, pues, como quería Platón, un mundo inteligible, sino la eterna
e inmutable Razón por medio de la cual Dios ha creado el mundo. Separar el
mundo inteligible de Dios sería admitir que Dios está privado de razón en la
creación del mundo o antes de ella . Las ideas divinas son
comparadas por Agustín a las rationes seminales, de que hablaban los
estoicos. El orden del mundo, que depende de la división de las cosas
en géneros y especies, está garantizado precisamente por las razones
seminales, que, implícitas en la mente divina, determinan, en el acto de la
creación, la división y ordenación de las cosas individuales.
Algunos Padres de la Iglesia, por ejemplo, Orígenes, sostenían que la
creación del mundo era eterna, puesto que no podía suponer un cambio en
la voluntad divina. El problema se presenta también a Agustín: "¿Qué hacía
Dios antes de crear el cielo y la tierra? " Se podría responder, bromeando:
"Preparaba el infierno para quien quiere saber demasiado"; pero sería eludir
con una broma un problema serio. En realidad, Dios es autor no sólo de lo
que existe en el tiempo, sino del mismo tiempo. Antes de la creación, no
había tiempo: no había, por consiguiente, un "antes" y no tiene sentido
preguntarse qué hacia "entonces" Dios. La eternidad está por encima de
todo tiempo: en Dios nada es pasado ni nada es futuro, porque su ser es
inmutable y la inmutabilidad es un eterno presente, en el que nada pasa.
Pero, ¿qué es el tiempo?
Ciertamente la realidad del tiempo no es nada permanente. El pasado lo
es porque no existe ya, el futuro es tal porque todavía no existe; y si el
presente fuese siempre presente y no se transformase continuamente en
pasado, no habría tiempo, sino eternidad. A pesar de este continuo huir del
tiempo, nosotros conseguimos medirlo y hablamos de un tiempo corto o
largo, pasado o futuro. ¿Cómo y dónde efectuamos su medición? Agustín
responde: en el alma. No se puede ciertamente medir el pasado, que ya no
existe, o el futuro, que todavía no es; pero conservamos el recuerdo del
pasado y estamos esperando el futuro. El futuro todavía no existe, pero hay
en el alma la espera de las cosas futuras; el pasado ya no existe, pero hay en
el alma la memoria de las cosas pasadas. El presente carece de duración y en
un instante pasa, pero dura en el alma la atención por las cosas presentes. El
tiempo encuentra en el alma su realidad: en la distensión (distensio) de la
vida interior del hombre a través de la atención, la memoria y la
expectación, en la continuidad interior de la conciencia, que conserva
dentro de sí el pasado y tiende hacia el futuro. Partiendo en busca de la
realidad objetiva del tiempo, Agustín llega, en cambio, a aclarar su
subjetividad. Una vez más el replegarse de la conciencia sobre sí misma
aparece como método que resuelve un problema fundamental.

BIBLIOGRAFIA
ABBAGNANO, Nicolas, Historia de la filosofía, Barcelona, HORAS S.A, 1994.

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