jueves, 18 de abril de 2013

ANSELMO DE AOSTA: LA LIBERTAD


La investigación realizada por Anselmo en el Monologion y en el
Proslogion tiende a comprender a Dios en su esencia y en su existencia.
Anselmo intenta traducir con ella la certeza de la fe en verdad filosófica; y
con esto ofrecer un camino de acercamiento a la verdad revelada, tal que el
hombre pueda llegar hasta ella lo más cerca posible. Pero paralelamente a
esta investigación, Anselmo emprende otra, dirigida al hombre y a sus
posibilidades de elevarse hasta Dios. El tema de esta investigación es la
libertad. A ella Anselmo ha dedicado dos obras: De libero arbitrio y De
concordia praescientiae et praedestinationis nec non et gratiae Dei cum
libero arbitrio, compuesta, esta último, el año 1109, después de su vuelta a
Inglaterra.
La libertad supone, en primer lugar, dos condiciones negativas: que la
voluntad sea libre de coacción por parte de toda causa externa y sea libre de
necesidad natural interna como es el instinto en los animales.
 La libertad es esencialmente libertad de elección y ésta falta
donde hay coacción y necesidad. Supuesto esto, Anselmo excluye que la
libertad pueda definirse (como había hecho Escoto) como posibilidad de
escoger entre pecar y no pecar. Si fuera así, ni Dios ni los ángeles, que no
pueden pecar, serían libres. En todo caso, además, quien no puede perder lo
que le favorece es más libre que aquel que lo puede perder; y así quien no
puede alejarse de la rectitud de no pecar es más libre que cualquier otro
individuo que pueda hacerlo. La capacidad de pecar no aumenta ni
disminuye la libertad; por esto no es parte o elemento de la libertad. 
El primer hombre ha recibido de Dios originariamente la rectitud de
la voluntad, esto es, la justicia. Hubiera podido y debido conservarla; y a
este fin precisamente le fue dada la libertad. Esta, pues, no es arbitrio de
indiferencia, esto es, voluntad que se decide indiferentemente entre el bien y
el mal; es la capacidad positiva de conservar la justicia originaria y de
conservarla por la misma justicia, y no en vista de un motivo extraño.
Este poder en que consiste la libertad no lo pierde el hombre en ningún
caso, ni siquiera con el pecado. Como quien ya no ve un objeto, conserva la
capacidad de verlo, porque el no verlo depende de la lejanía del objeto y no
de la pérdida de la vista, así la capacidad dé conservar la rectitud de la
voluntad permanece en el hombre aun a través del pecado y entra en acción
apenas Dios restituye la rectitud de la voluntad al hombre que la ha perdido.
Ahora bien, el hombre puede perderla sólo por un acto de su voluntad y
nunca por causas externas. Dios mismo no puede quitársela al hombre.
Puesto que consiste en querer lo que Dios quiere que se quiera, si Dios la
quitase al hombre, no querría que el hombre quisiera lo que El quiere que
quiera. Puesto que esto no se puede imaginar, Dios no puede quitar al
hombre la voluntad justa; solamente puede perderla el hombre. Nada, pues,
es más libre que la voluntad.
No contradice a esto la frase bíblica de que el hombre que peca se
convierte en "esclavo del pecado". Que se convierta en esclavo del pecado
significa sólo que pierde la rectitud de la voluntad y que no tiene la
capacidad de volverla a adquirir sino por don gratuito de Dios. La esclavitud
del pecada es la impotentia non peccandi: el hombre que ha perdido la
rectitud de la voluntad no puede dejar de pecar; pero aun así permanece
libre, porque conserva la posibilidad de conservar aquella rectitud, si le es
devuelta.
De esto resulta que Anselmo, como San Agustín, establece una estrecha
relación entre la libertad humana y la gracia divina. No hay duda de que la
voluntad quiere rectamente sólo porque es recta. Pero como la vista buena
no es buena porque ve bien, sino que ve bien porque es buena, tampoco la
voluntad es recta porque quiere con rectitud, sino que quiere con rectitud
porque es recta. Esto quiere decir que la voluntad recibe su rectitud no de sí
misma (desde el momento que cada acto recto suyo la presupone), sino de la
gracia divina. La última condición de la
libertad humana es, pues, la gracia divina. Como capacidad de conservar la
justicia originaria, la libertad humana, está condicionada por la posesión de
esta justicia; y tal posesión sólo puede venirle de Dios.

BIBLIOGRAFIA
ABBAGNANO, Nicolas, Historia de la filosofía, Barcelona, HORAS S.A, 1994.


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