jueves, 18 de abril de 2013

EL FIN DE LA INVESTIGACIÓN: DIOS Y EL ALMA


Al comienzo de los Soliloquios , que es una de sus primeras obras,
Agustín declara el fin de su investigación: "Yo deseo conocer a Dios y el
alma. ¿Nada más? Nada más absolutamente." Y tales han sido, en realidad,
los términos hacia los cuales se dirige constantemente su especulación desde
el principio hasta el fin. Pero Dios y el alma no requieren, para Agustín, dos
investigaciones paralelas o quizá diversas. Dios, en efecto, está en el alma y
se revela en la más recóndita intimidad del alma misma. Buscar a Dios
significa buscar el alma y buscar el alma significa replegarse sobre sí mismo,
reconocerse en la propia naturaleza espiritual, confesarse. La actitud de la
confesión, que ha dado origen a la más famosa de las obras agustinianas, es
en realidad desde el principio la posición fundamental de San Agustín, que
él constantemente mantiene y observa en toda su actividad de filósofo y
hombre de acción. Esta actitud no consiste en describir para sí mismo o para
otros las alternativas de la propia vida interna o externa, sino en esclarecer
todos los problemas que constituyen el núcleo de la propia personalidad.
Las mismas Confesiones no son una obra autobiográfica: la autobiografía es
un elemento de las mismas, que proporciona los puntos de referencia de los
problemas de la vida de San Agustín, pero no es su carácter fundamental y
dominante, y tanto es así que en un cierto punto, en el libro X, cesa toda
referencia autobiográfica y San Agustín pasa a tratar en los otros tres libros
problemas de especulación puramente teológica. El esfuerzo de San Agustín
en esta obra está dirigido a proyectar luz sobre los problemas que
constituyen su misma existencia. Cuando aclara la naturaleza de la inquietud
que ha dominado la primera parte de su vida y le ha conducido a disiparse y
divagar desordenadamente, se da cuenta de que en realidad nunca ha
deseado otra cosa que la verdad, de que la verdad es Dios mismo, de que
Dios se halla en el interior de su alma. ' No salgas de ti mismo, vuelve a ti, en
el interior del hombre habita la verdad; y si encuentras que tu naturaleza es
mudable, levántate por encima de ti mismo". Solamente la
vuelta a sí mismo, el encerrarse en la propia interioridad es verdaderamente
abrirse a la verdad y a Dios. Es menester llegar hasta el más íntimo y
escondido núcleo del yo, para encontrar más allá de él ("levántate por
encima de ti mismo") la verdad y a Dios.
En la búsqueda de esta interioridad que se trasciende y se abre a Dios, se
encuentra una certeza fundamental que elimina la duda. No fue casualidad
que la carrera de escritor de San Agustín empezase con una refutación del
escepticismo académico. No puede uno detenerse en la duda, como
pretendían los académicos, y suspender el asentimiento. Quien duda de la
verdad, está cierto de que duda, esto es, de que vive y piensa; tiene, por
consiguiente, en la misma duda una certeza que le sustrae de la duda y le
lleva a la verdad.
Esta movilidad del pensamiento por la cual el mismo acto de la duda se
toma como fundamento de una certeza, que no es inmóvil, porque significa
solamente que se puede y debe buscar, se volverá a encontrar en los
comienzos de la filosofía moderna en Descartes. En Agustín significa que la
vida interior del alma no puede pararse ante la duda, que hasta la duda
permite al alma elevarse más allá de sí misma hacia la verdad.
La verdad es, pues, al mismo tiempo interior al hombre y trascendente. El
hombre no puede buscarla si no es encerrándose en sí mismo,
reconociéndose en lo que es, confesándose con absoluta sinceridad. Pero no
puede reconocerse y confesarse si no es por la verdad y frente a la verdad: la
cual, por consiguiente, se afirma precisamente en aquel acto, en toda su
trascendencia, como guía y luz de la investigación. La verdad se muestra
precisamente trascendente al que la busca como debe buscarse, en lo íntimo
de la conciencia. La verdad, en efecto, no es el alma, sino la luz que desde lo
alto guía y llama a la sinceridad del reconocimiento de sí misma y a la
humildad de la confesión. La verdad no es la razón, sino que es la ley de la
razón, esto es, el criterio del cual se sirve la razón para juzgar las cosas. Si la
razón es superior a las cosas que juzga, la ley a base de la cual juzga es
superior a la razón. El juez humano juzga a base de la ley; pero no puede
juzgar la ley misma. El legislador humano, si es honrado y prudente, juzga
las leyes humanas, pero consulta, al hacer esto, la ley eterna de la razón.
Pero esta ley sobrepasa todo juicio humano, porque es la verdad misma en
su trascendencia


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