La palabra escolástica designa la filosofía cristiana de la Edad Media. El
nombre scholasticus indicó en los primeros siglos de la Edad Media el
maestro de artes liberales, esto es, de las disciplinas que constituían el trivio
(gramática, lógica o dialéctica y retórica) y el cuadrivio (geometría,
aritmética, astronomía y música). Luego se llamó scholasticus también al
que enseñaba filosofía o teología, cuyo título oficial era el de magister
(magister artium o magister in theologia) y que desarrollaba sus lecciones
primeramente en la escuela monacal o catedral, después en la universidad
(studium generale). El origen y el desarrollo de la escolástica se relacionan
estrechamente con la función de la enseñanza, que determinó también la
forma y el método de la actividad literaria de los escritos escolásticos.
Puesto que las formas fundamentales de la enseñanza eran dos, la lectio, que
consistía en el comentario de un texto y la disputatio, que consistía en el
examen de un problema hecho con la consideración de toaos los argumentos
que se puedan aducir pro y contra, la actividad literaria de los escolásticos
asumió preferentemente la forma de Comentarios (a la Biblia, a las obras de
Boecio, a la lógica de Aristóteles y luego a las Sentencias de Pedro
Lombardo y a otras obras de Aristóteles) o de colección de cuestiones.
Colecciones de esta clase son los Quodlibeta, que comprenden las cuestiones
que los aspirantes a la láurea en teología debían discutir dos veces al año
(antes de Navidad y antes de Pascua) sobre cualquier tema, de quodlibet.
Las quaestiones disputatae eran, en cambio, el resultado de las disputationes
ordinariae, que los profesores de teología tenían durante sus cursos sobre los
más importantes problemas filosóficos y teológicos.
La conexión de la escolástica con la función docente no es un hecho
simplemente accidental y extrínseco, sino que forma parte de la naturaleza
misma de la escolástica. Toda filosofía está determinada en su naturaleza
por el problema que constituye el centro de su investigación; y el problema
de la escolástica era el de llevar al hombre a la comprensión de la verdad
revelada. Ahora bien, éste era un problema de escuela, o sea, de educación:
el problema de la formación de los clérigos. La coincidencia típica y total
del problema especulativo y del problema educativo justifica plenamente el
nombre de la filosofía medieval y explica sus rasgos fundamentales. En
primer lugar, la escolástica no es, como la filosofía griega, una investigación
autónoma, que afirme su propia independencia crítica frente a cualquier
tradición. La tradición religiosa es, para ella, el fundamento y la norma de la
investigación. La verdad na sido revelada al hombre por medio de las
Sagradas Escrituras, a través de las definiciones dogmáticas que la
comunidad cristiana ha puesto como fundamento de su vida histórica, a
través de los Padres y doctores inspirados o iluminados por Dios. Para el
hombre, se trata solamente de acercarse a esta verdad, de comprenderla, en
cuanto sea posible, mediante los poderes naturales y con la ayuda de la
gracia y de hacérsela propia para ponerla como fundamento de su propia
vida religiosa. Pero aun en esta tarea, que es propia de la investigación
filosófica, el hombre no puede ni debe confiar en sus propias fuerzas. Aun
en esto le ayuda y debe ayudar la tradición religiosa suministrándole, por
medio de los órganos de la Iglesia, una guía iluminadora y una garantía
contra el error. Se trata, pues, de una obra común más que individual: de
una obra en la cual el individuo particular no puede ni debe confiar
solamente en sus fuerzas, sino que puede y debe recurrir a la ayuda de los
otros, especialmente de aquellos a quienes la Iglesia misma reconoce
particularmente como inspirados y sostenidos por la gracia divina. De aquí
el uso constante de las auctoritates en la investigación. Auctoritas es la
decisión de un concilio, una frase bíblica, una sententia de un Padre de la
Iglesia. El recurso a la autoridad es la manifestación típica del carácter
común y superindividual de la investigación, escolástica, en la cual el
individuo quiere sentirse apoyado continuamente y sostenido por la
responsabilidad colectiva de la tradición eclesiástica.
De aquí deriva otro carácter fundamental de la investigación escolástica.
Ella no se propone formular ex novo doctrinas o conceptos. Su objeto es el
de entender la verdad ya dada por la revelación, no el de encontrar la
verdad. Por esto, así como toma de la tradición religiosa la norma de la
investigación, también toma de la tradición filosófica los instrumentos y el
material de la misma investigación. Ella vive sustancialmente a expensas de
la filosofía griega; primero la doctrina platonicoagustiniana, después la
aristotélica, le suministran los instrumentos y el material de la investigación.
La filosofía, como tal, es, pues, de por sí solamente un medio: ancilla
theologiae. Naturalmente, las doctrinas y los conceptos que se emplean para
este objeto sufren una transformación más o menos radical de su significado
primitivo. Pero la escolástica no se propone intencionadamente esta
transformación y las más de las veces no tiene ni siquiera conciencia de ella.
El sentido de la historicidad le es extraño. Las doctrinas y los conceptos son
libertados de los complejos históricos de que forman parte y son
considerados independientemente de los problemas a que responden y de la
personalidad auténtica del filósofo que los ha elaborado. La Edad Media lo
pone todo en el mismo piano y hace de los filósofos más alejados de su
mentalidad unos contemporáneos, de los cuales es lícito tomar los frutos,
más caracterizados para adaptarlos a las exigencias propias.
En esta estructura formal de la filosofía medieval se refleja la misma
estructura social y política del mundo medieval. Este mundo medieval está
constituido como una jerarquía rigurosa sostenida por una fuerza única que
desde lo alto lo dirige y determina todos sus aspectos. Se suele decir que la
concepción medieval del mundo se inspira en el aristotelismo; en realidad, es
sustancialmente la concepción estoico-neoplatónica aquella a la que se
reducen y adaptan las mismas doctrinas aristotélicas. El mundo es un orden
necesario y perfecto en el que cada cosa tiene su puesto y su función,
manteniéndose en éste puesto y en esta función por la fuerza infalible que
determina y guía el mundo desde arriba. Todo lo que el hombre puede y
debe hacer es conformarse a este orden: su mismo libre albedrío puede ser
empleado provechosamente sólo con miras a esta conformidad. Las
instituciones fundamentales del mundo medieval, el Imperio, la Iglesia, el
Feudalismo se presentan como los guardianes del orden cósmico e
instrumentos de la fuerza que lo rige. Dichas instituciones se dirigen
sustancialmente a hacer aparecer todos los bienes espirituales y materiales a
los que el hombre puede aspirar, desde el pan de cada día hasta la verdad,
como derivados del orden a que pertenece y, por ende, de las jerarquías que
son intérpretes y vigilantes de dicho orden. En un mundo así, la
investigación filosófica no puede tomar sus principios y su disciplina sino de
las mismas jerarquías en que se concreta el orden universal o de la fuerza
que se considera como causa del mismo.
Como norma directriz de la vida individual y social, la noción de este
orden se afirma a partir del siglo VIII cuando, al desaparecer Casi por
completo los intercambios económicos y culturales juntamente con la
decadencia de las ciudades, sólo queda en pie una economía rural tan pobre
como cerrada. El despertar del comercio y de las artes que se produce a
partir del siglo XI, los viajes e intercambios, provocan la primera crisis de la
concepción medieval del orden cósmico. Éstos fenómenos, por la fuerza
misma de los hechos, demuestran que el individuo puede adquirir por sí
mismo los bienes que se le presentan, aumentándolos y defendiéndolos con
su actividad y con la colaboración de los demás. A veces comienza a
insinuarse el poder jerárquico como un límite o como una amenaza, más
bien que como una ayuda o una garantía para la capacidad de adquirir o
conservar los bienes indispensables para el hombre. La lucha por las
autonomías comunales, para la liberación de las angosturas del feudalismo,
estriba sustancialmente en la confianza del hombre en sí mismo, en su
capacidad de proveer a sus necesidades y de organizarse en comunidades
autónomas que provean, mejor que las jerarquías impuestas desde arriba, a
su propia defensa. En estas condiciones, la investigación filosófica cobra
nuevo impulso y nuevas dimensiones de libertad. Todavía no se ponen en
duda sus presupuestos jerárquicos y todavía siguen reconociéndose sus
límites y sus condiciones sobrenaturales; pero la parte debida a la iniciativa
racional del hombre se extiende y se refuerza y, dentro de ciertos campos
y de ciertos límites, se reconoce esta iniciativa como legítima y eficaz. Por
lo tanto, se trata de establecer claramente los campos y los límites en que es
tal y se cree de esta manera haber realizado un perfecto acuerdo entre la
razón y la fe, es decir, entre la verdad que el hombre puede alcanzar con sus
poderes naturales y la que se le revela desde arriba y se le impone por las
jerarquías. Pero también este equilibrio comienza a romperse a partir de los
últimos decenios del siglo XIII ; sin embargo, no se renuncia entonces a la fe ni
se denuncia en su totalidad la concepción jerárquica del orden cósmico, sino
que se extiende y se refuerza al ámbito de la iniciativa racional empeñándose la
investigación filosófica en dominios que nada tienen que ver con los objetos de
la fe y en los que ella puede proceder con sus fuerzas autónomas.
Sobre este desarrollo, que comprende tanto los aspectos sociales y
políticos como los filosóficos del mundo occidental en los siglos de la Edad
Media, se funda la caracterización de la filosofía escolástica como problema
de la relación entre la razón y la fe y su periodicidad fundada en el modo
distinto de resolver este problema. Claro está que, desde este punto de vista,
el problema de la relación entre la razón y la fe no es un problema
puramente especulativo. Además, es un problema especulativo que puede
considerarse a base del cotejo entre los textos filosóficos y religiosos con sus
interpretaciones e implicaciones. Pero no es esto sólo. Sobre todo, es el
problema de la parte que puede y debe tener la iniciativa racional del
hombre en la investigación de la verdad y, por lo tanto, en la dirección de la
vida singular y asociada, frente a la que debe tener el orden cósmico y las
jerarquías que lo representan. Por eso es también el problema de la libertad
que el hombre puede reclamar para sí y de las limitaciones que esta libertad
debe encontrar en las jerarquías que gobiernan el mundo. Por último, es
también el problema de los nuevos campos de investigación (la naturaleza, la
sociedad) que se abren al hombre a medida que éste reivindica una mayor
autonomía para su razón.
Entendido el "problema escolástico" en los términos que se dejan
expuestos, puede aprovecharse fácilmente para darse cuenta de la
continuidad y de la variedad, de las concordancias y de las polémicas del
pensamiento medieval. Este problema permite percatarse de que la
ortodoxia y la heterodoxia religiosas forman parte igualmente de este
pensamiento como la forman también las especulaciones políticas y los
intereses redivivos o renacientes por la naturaleza o por la ciencia; y que las
tendencias heréticas, las rebeliones filosóficas, teológicas o políticas que
siempre lo han caracterizado, aunque en diversa medida, constituyen sus
aspectos históricos fundamentales con el mismo título que las grandes
síntesis doctrinales en que la iniciativa racional del hombre y las
exigencias de la fe y de la jerarquía eclesiástica parecen haber hallado un
resultado comprometido. Lo que este concepto del problema escolástico
excluye es el intento de considerar la propia escolástica en su conjunto
como una síntesis doctrinal homogénea en la que se unifiquen y se
fundan las contribuciones individuales. Esta noción de la escolástica ha
sido sugerida por la voluntad de privilegiar el aspecto por el cual es ella (o
presume ser) concordancia plena y definitiva entre la razón y la fe:
aspecto característico de la síntesis tomística. Ahora bien, este privilegio
carece de base histórica y no tiene más efecto que el de excluir de la
escolástica, considerada como la única filosofía viva de la Edad Media,
una parte importante de los pensadores medievales. La base de este
privilegio la constituye una preferencia ideológica, historiográficamente
insostenible. La filosofía medieval, como la de cualquier otro período,
puede describirse y caracterizarse únicamente sobre la base de su
problema dominante, no de una de las soluciones que fueron dadas a
dicho problema. La continuidad de esta filosofía puede reconocerse
sólo sobre el fundamento de la unidad de su problema y de las
diferencias de sus soluciones. Y la periodicidad de la misma sólo
puede efectuarse sobre la base del predominio de una u otra de las
soluciones fundamentales.
A esta exigencia responde la periodicidad tradicional que distingue cuatro
fases de la escolástica. La primera, llamada preescolástica, es la del
renacimiento carolingio, en el que se presupone y se admite sin más la
identidad de la razón y la fe. En la segunda, llamada alta escolástica, que va
desde mediados del siglo XI hasta finales del XII, el problema de la relación
entre la razón y la fe comienza a esbozarse y a plantearse claramente sobre
la base de la antítesis potencial de los dos términos. En la tercera, que va
desde el año 1200 hasta los primeros años del siglo XIV, aparecen los
grandes sistemas escolásticos que constituyen lo que ha dado en llamarse
"florecimiento de la escolástica". En la cuarta, que abarca el siglo XIV, se
produce la disolución de la escolástica por la reconocida insolubilidad del
problema que está en su fundamento.
Sin embargo, concluida como período histórico, la escolástica continúa
actual para expresar la exigencia, para e! hombre que vive en una tradición
religiosa, de entender y justificar racionalmente esta tradición. Esta
exigencia se representa frecuentemente en la historia de la filosofía. Otras
formas de escolástica que recurren a las formas de filosofía que van
dominando se presentarán en el curso ulterior del pensamiento filosófico.
BIBLIOGRAFIA
ABBAGNANO, Nicolas, Historia de la filosofía, Barcelona, HORAS S.A, 1994.
No hay comentarios:
Publicar un comentario