San Agustín ha sido llamado el Platón cristiano. Esta definición no es
verdadera tanto porque en su doctrina se encuentran vislumbres y motivos
doctrinales del autentico Platón o del neoplatonismo, cuanto porque
renueva en el espíritu del cristianismo aquella investigación que había sido la
realidad fundamental de la especulación platónica. La fe está, según
Agustín, al final de la investigación, no en sus comienzos. Ciertamente la fe
es condición de la investigación, que no tendría, sin ella, ni dirección ni
guía; pero la investigación se dirige hacia su condición y trata de esclarecerla
con la profundización constante de los problemas que suscita. Por esto la
investigación encuentra fundamento y guía en la fe y la fe halla su
consolidación y enriquecimiento en la investigación. Por un lado,
impulsando a esclarecer y profundizar su propia condición, la investigación
se extiende y se robustece porque se aproxima a la verdad y se basa en ella;
por otro, la fe misma se alcanza y posee a través de la investigación en su
realidad más rica y se consolida en el hombre triunfando de la duda. Nada
hay tan contrario al espíritu de Agustín como la pura gnosis, un
conocimiento puramente racional de lo divino, excepto tal vez la afirmación
exasperada de la irracionalidad de la fe, tal como se encuentra en Tertuliano.
Para Agustín, la investigación afecta a todo el hombre, y no solamente al
entendimiento. La verdad a la que él tiende es también, según la frase
evangélica, el camino y la vida. Buscarla significa buscar el verdadero camino
y la verdadera vida. Por esto no sólo la mente tiene necesidad de ella, sino el
hombre entero, y debe satisfacer y dar reposo a todas las exigencias del
hombre. Por otro lado, la investigación agustiniana se impone una rigurosa
disciplina: no se abandona fácilmente a creer, no cierra los ojos ante los
problemas y dificultades de la fe, no procura evitarlos y eludirlos, sino que
los afronta y considera incesantemente, volviendo sobre las propias
soluciones, para profundizarlas y esclarecerlas. La racionalidad de la
investigación no equivale para Agustín a su organización como sistema, sino
más bien a su disciplina interior, al rigor del procedimiento que no se detiene
frente al límite del misterio, sino que hace de este límite y del mismo
misterio punto de referencia y base. El entusiasmo religioso, el ímpetu
místico hacia la Verdad no obran en él como fuerzas contrarias a la
investigación, sino que robustecen la misma investigación, le dan un valor y
un calor vital. De aquí surge el enorme poder de sugestión que la personalidad
de Agustín ha ejercido, no solamente sobre el pensamiento cristiano y
medieval, sino también sobre el pensamiento moderno y contemporáneo.
BIBLIOGRAFIA
ABBAGNANO, Nicolas, Historia de la filosofía, Barcelona, HORAS S.A, 1994
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