Por primera vez en la personalidad de Agustín la especulación cristiana
realiza su pleno y auténtico significado humano. La investigación teológica
cesa para el de ser puramente objetiva, como había ocurrido aun en las más
poderosas personalidades de la patrística griega, para hacerse más interior y
acomodarse al mismo hombre que la realiza. El problema teológico es en
San Agustín el problema del hombre Agustín: el problema de su dispersión
y de su inquietud, el problema de su crisis y de su redención, el problema de
su razón especulativa y de su obra de obispo. Lo que Agustín dio a los otros
es lo que na conquistado para sí mismo. La sugestión y la fuerza de su
enseñanza, que no han disminuido a través de los siglos, aunque hayan
cambiado los términos del problema, surgen precisamente del hecno de que
en toda referencia inmediata a la vida, no ha buscado y conseguido más que
la claridad sobre sí mismo y sobre su propio destino, el significado auténtico
de su vida interior.
El centro de la investigación agustiniana coincide verdaderamente con el
centro de su personalidad. La actitud de la confesión no está limitada sólo a
su famoso escrito, sino que es la posición constante del pensador y del
hombre de acción que, en todo lo que dice o emprende, no tiene otra
finalidad que la de ponerse en claro consigo mismo y de ser lo que debe ser.
Por esto declara que no quiere conocer otra cosa que el alma y Dios, y se
mantiene constantemente fiel a este programa. El alma, esto es, el hombre
interior, el yo en la simplicidad y verdad de su naturaleza. Dios, esto es, el
ser en su trascendencia y en su valor normativo, sin el cual no es posible
admitir la verdad del yo. Por esto los problemas teológicos están siempre en
él sólidamente unidos al problema del hombre, que los hace objeto de
investigación; y toda solución de esos problemas es siempre justificación de
la investigación humana que conduce a ella. Agustín ha recogido lo mejor de
la especulación patrística precedente; y los conceptos teológicos
fundamentales, ya entonces adquiridos por la especulación y aceptados por
la Iglesia, no tienen en su obra desarrollos sustanciales. Pero se enriquecen
con un calor y un significado humano que antes no poseían, se convierten
en elementos de vida interior para el hombre, ya que son tales para él, para
San Agustín. Y de esta manera consigue unirlos a las inquietudes y a las
dudas, a la necesidad de amor y felicidad que son propios del hombre:
fundamentarlos, en una palabra, en la investigación. Esta halla en la razón su
disciplina y su rigor sistemático, pero que no es una exigencia de pura razón.
Todo el hombre busca: cada parte o elemento de su naturaleza, en la
intranquilidad de su finitud, se mueve hacia el Ser, que es el único que
puede darle consistencia y estabilidad. San Agustín presenta en la
especulación cristiana la exigencia de la investigación, con la misma fuerza
con que Platón la había presentado en la filosofía griega.
Pero, a diferencia de la platónica, la investigación agustiniana radica en el
terreno de la religión. Desde el comienzo San Agustín abandona la iniciativa
de la misma a Dios: Dad quod iubes et iube quod vis. Sólo Dios determina y
guía la investigación humana, sea como especulación, sea como acción; y así
la especulación es, en su verdad, fe en la revelación, y la acción es, en su
libertad, gracia concedida por Dios. La polémica antipelagiana ofreció a San
Agustín ocasión de expresar en la forma más fuerte y vigorosa el fondo de
su convicción; pero no constituye una ruptura en su personalidad, una
victoria del hombre de iglesia sobre el pensador. Ya que en él el pensador
vive por dentro en la esfera de la religiosidad, la cual necesariamente
encuentra solamente en Dios la iniciativa de la investigación y halla, por
consiguiente, su mejor expresión en la frase: Dios es nuestra única
posibilidad.
BIBLIOGRAFIA
ABBAGNANO, Nicolas, Historia de la filosofía, Barcelona, HORAS S.A, 1994
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