jueves, 18 de abril de 2013

SANTO TOMAS DE AQUINO: POLÍTICA


El fundamento de la teoría política de Santo Tomás es aquella teoría del
derecho natural que constituye uno de los mayores legados dejados por el
estoicismo al mundo antiguo y moderno y que, en la época de Santo Tomás,
había sido adoptado como fundamento del propio derecho canónico. Según
Santo Tomas, nay una ley eterna, o sea, una razón que gobierna todo el
universo y que existe en la mente divina; de esta ley eterna, la ley de la
naturaleza, que está en los hombres, es un reflejo o una "participación". 
Esta ley de naturaleza se concreta en tres
inclinaciones fundamentales: 1a una inclinación hacia el bien natural, que el
hombre comparte con cualquier sustancia, la cual —en cuanto tal— desea la
propia conservación; la una inclinación especial a actos determinados, que
son aquellos que la naturaleza ha enseñado a todos los animales, como la
unión del macho con la hembra, la educación de los hijos y otros parecidos; 
la inclinación al bien según la naturaleza racional que es propia del hombre,
como lo es la inclinación a conocer la verdad, a vivir en sociedad, etc.
 Además de esta ley eterna, que es para el hombre ley de
naturaleza, existen otras dos clases de leyes: la humana 'inventada por los
hombres y merced a la cual se dispone de modo particular de las cosas a las que
se refiere la ley de naturaleza" ; y la divina que es necesaria
para encaminar al hombre a su fin sobrenatural Santo Tomás afirma,
conforme a la teoría del derecho natural que no es ley la ley que no sea justa y..
que por lo tanto "de la ley natural, que es la primera regla de la razón, debe
derivarse toda ley humana".
Según Santo Tomás, es la colectividad la que ha de dictar las leves. "La ley,
dice, tiene como fin primero v fundamental dirigir hacia el
bien común. Ahora bien, ordenar algo para conseguir el bien común es propio
de toda colectividad (multitudo), o de quien hace las veces de toda la
colectividad. Por consiguiente, establecer leyes corresponde a toda la
colectividad o a la persona pública que cuida de la colectividad entera; porque
en todas las cosas sólo puede dirigir hacia el fin aquel a quien el fin mismo
pertenece." De este modo, Santo Tomás afirmó explícitamente el origen
popular de las leyes. Sin embargo, cree que entre las formas de gobierno citadas
por Aristóteles, la mejor es la monarquía, es decir, la que mejor garantiza el
orden y la unidad del Estado y la más semejante al gobierno divino del mundo.
Pero si bien el Estado puede encaminar los hombres
hacia la virtud, no puede encaminarlos a gozar de Dios, que es su fin último.
Este gobierno espiritual sólo corresponde a aquel rey que no sólo es hombre,
sino también Dios, es decir, a Jesucristo. Y, como el fin menos alto está
subordinado al más alto y supremo, del mismo modo el gobierno civil ha de
subordinarse al religioso propio de Cristo y que Cristo confió no a los reyes
terrenales, sino al Papa. ' A el, como al mismo Señor Jesucristo, han de estar
sometidos todos los reyes del pueblo cristiano. Pues a aquél a quien
corresponde velar por el fin último han de someterse los que cuidan de fines
subordinados: éstos han de estar bajo su mando".

BIBLIOGRAFIA
ABBAGNANO, Nicolas, Historia de la filosofía, Barcelona, HORAS S.A, 1994.


SANTO TOMAS DE AQUINO: TEOLOGÍA


Los dogmas fundamentales del cristianismo: Trinidad, Encarnación,
Creación, son para Santo Tomás, artículos de fe, que no pueden
demostrarse. Ante ellos, la razón sólo puede aclarar, y más tarde resolver, las
objeciones. Las aclaraciones de Santo Tomás tienen tal lucidez y elegancia
dialéctica, que constituyen una de las partes más importantes de todo su
sistema.
Acerca del dogma de la Trinidad, la dificultad consiste en entender cómo
la unidad de la sustancia divina puede conciliarse con la trinidad de
personas. Para demostrar que se concilian, Santo Tomás se vale del concepto
de relación. La relación, por una parte, constituye las personas divinas en su
distinción; por otra, se identifica con la misma y única esencia divina. En
efecto, las personas divinas están constituidas por su relación de origen: el
Padre, por la paternidad, es decir, por la relación con el Hijo; el Hijo, por la
filiación o generación, o sea, por su relación con el Padre; el Espíritu Santo,
por el amor, es decir, la relación recíproca de Padre e Hijo. Ahora bien, estas
relaciones no son accidentales en Dios (en Dios no puede haber nada
accidental), sino reales; subsisten realmente en la esencia divina. Por
consiguiente, precisamente la esencia divina en su unidad, al implicar las
relaciones, implica la diversidad de las personas.
 Según Santo Tomás, esta aclaración basta para
demostrar que "lo que la fe revela no es imposible". Esto es todo lo que
debe hacerse en estos asuntos, en que cualquier intento de demostración es
más nocivo que meritorio, ya que puede inducir a los incrédulos a suponer
que los cristianos se basan para creer en razones carentes de valor necesario.
En cuanto a la Encarnación, la dificultad consiste en comprender cómo
en la única persona de Jesucristo haya dos naturalezas, una divina y otra
humana. La Iglesia tuvo que condenar, ya en el siglo V, dos interpretaciones
opuestas de este dogma, y a estas dos interpretaciones reduce Santo Tomás
las otras para poder refutarlas. La herejía de Eutiquio, que
insistiendo en la unidad de la persona de Cristo, reducía a una sola las dos
naturalezas: la divina. La herejía de Nestorio, en cambio,
insistiendo en la dualidad de naturalezas, admitía en Jesucristo dos personas
que coexistían a la vez: la persona humana como instrumento de la divina.
La distinción real entre esencia y existencia en las criaturas, y su unificación
en Dios, proporcionan a Santo Tomás la clave de la interpretación. La
esencia o naturaleza divina se identifica con el ser de Dios. Por lo tanto,
Jesucristo, por tener naturaleza divina, es Dios, subsiste en cuanto Dios,
como persona divina; de modo que es una sola persona, la divina. Por otra
parte, dado que la naturaleza fiumana puede -separarse de la existencia,
puede muy bien tomar la naturaleza humana (que es alma racional y cuerpo)
sin ser una persona humana. Así se comprende cómo
la naturaleza humana pudo ser tomada por Cristo, que revistiéndose de ella
la ha ennoblecido, elevado y hecho de nuevo digna de la gracia divina.
Para Santo Tomás, la creación es artículo de fe sólo en el sentido de inicio
del tiempo, y no en el sentido de ser producida de la nada. Santo Tomás
dice que puede admitirse que el mundo sea producido de la nada y, por
consiguiente, hablar de creación, sin admitir que venga después de la nada;
así lo hizo Avicena en su Metafísica. Y se puede decir que si hubiera un
pie impreso en el polvo eternamente, nadie dudaría de que la huella fuera
producida por el pie; pero con ello no se admitiría un inicio en el tiempo de la
huella. Es decir, que los argumentos a favor de
un comienzo del mundo en el tiempo, no son concluyentes. Por otra parte,
tampoco concluyen necesariamente los que pretenden demostrar la eternidad
del mundo. Entre estos últimos, el más conocido de los aristotélicos, es el
basado en la eternidad de la materia primera. Si el mundo ha empezado a
existir con la Creación, quiere decir que antes de la Creación podía existir, es
decir, que era una posibilidad. Pero toda posibilidad es materia que se actualiza
al recibir la forma. Por consiguiente, antes de la Creación existía la materia del
mundo. Pero no puede haber materia sin forma; y materia y forma juntas
constituyen el mundo; luego, si admitimos la Creación en el tiempo, el mundo
existiría antes de csmenzar a existir, lo cual es imposible. A ello Santo Tomás
contesta diciendo que antes de la Creación, el mundo era posible sólo porqué
Dios podía crearlo y porque su creación no era imposible; no se puede deducir
de esto la existencia de una materia. A los demás argumentos tomados también
de Aristóteles, de que los cielos están formados de materia no ingenerable e
incorruptible y que por ello son eternos, Santo Tomás los combate diciendo
que la ingenerabilidad y la incorruptibilidad de los cielos y, por lo tanto, del
mundo, ha de entenderse per modum naturalem, es decir, en relación con los
procesos naturales de formación de las cosas, y no con relación a la
Creación. De modo que ni siquiera los argumentos que podrían demostrar la
eternidad del mundo tienen valor necesario. La conclusión es que no puede
demostrarse ni el comienzo en el tiempo ni la eternidad del mundo; y esto
deja libre el camino para creer en la Creación en el tiempo: id credere
maxime expedit.

BIBLIOGRAFIA
ABBAGNANO, Nicolas, Historia de la filosofía, Barcelona, HORAS S.A, 1994.

SANTO TOMAS DE AQUINO: LAS PRUEBAS DE LA EXISTENCIA DE DIOS


La distinción metodológica de Aristóteles entre lo que es
primero "por sí" o "por naturaleza" y lo que es primero "para nosotros", es
seguida y respetada constantemente por Santo Tomás. Ahora bien, si Dios es
primero en el orden del ser, no lo es en el orden de los conocimientos
Humanos, que empiezan por los sentidos. Por tanto, es necesaria una
demostración de la existencia de Dios-, y debe partir de lo que es primero
para nosotros, es decir, de los efectos sensibles, y ha de ser a posteriori
(demonstratio quia). Por ello, Santo Tomás rechaza explícitamente el
argumento ontológico de San Anselmo: aunque tengamos a Dios por
"aquello sobre lo cual nada mayor puede pensarse", no se deduce que El
exista en realidad (in rerum natura) y no sólo en el entendimiento.
Santo Tomás cita cinco vías para llegar de los efectos sensibles a la
existencia de Dios. Estas vías, que ya hacía expuesto en la Summa contra
Gentiles, se enuncian en su formulación clásica en la Summa
theologica. La primera vía es la prueba cosmológica, deducida de la Física y
de la Metafisica de Aristóteles. Parte del principio de que "todo lo
que se mueve es movido por otro". Ahora bien, si aquello que lo mueve se
mueve a su vez, es preciso que también é] sea movido por otro, y así
sucesivamente. Pero es imposible seguir así hasta el infinito, porque
entonces no habría un primer motor ni los otros moverían, como, por
ejemplo, el bastón no se mueve si no es movido por la mano. Por
consiguiente, es necesario llegar a un primer motor que no sea movido por
nada; y todos consideran que ese motor es Dios. Este argumento fue
utilizado en la escolástica latina por vez primera por Adelardo de Bath,
luego, insistieron en él Maimónides y San Alberto Magno.
La segunda vía es la prueba causal. En la serie de causas eficientes no
podemos remontarnos hasta el infinito, porque entonces no habría una
causa primera, y, por consiguiente, tampoco una causa última ni causas
intermedias: por lo tanto, debe haber una causa eficiente primera, que es
Dios. Esta prueba está tomada de Aristóteles. Avicena la había vuelto a exponer.
La tercera vía se deduce de la relación entre posible y necesario. Las cosas
posibles sólo existen en virtud de las cosas necesarias: éstas tienen la causa
de su necesidad o en sí o en otro. Si tienen la causa en otro, remiten a este
otro, y como ho se puede suponer una cadena de causas hasta el infinito, es
preciso llegar a algo que sea necesario por si" y sea causa de la necesidad de lo
que es necesario por otro: y tal es Dios. Esta prueba está tomada de
Avicena.
La cuarta vía es la de los grados. En las cosas hay más o menos verdad,
más o menos bien y más o menos de todas las demás perfecciones; por
consiguiente, también debe haber un grado máximo de dichas perfecciones,
que será la causa de los grados menores, como el fuego, que es el máximo
calor, es la causa de todas las cosas calientes. Luego, la causa del ser y de la
bondad y de toda perfección es Dios. Esta prueba, de origen platónico, está
tomada de Aristóteles.
La quinta vía se infiere del gobierno de las cosas. Las cosas naturales,
privadas de inteligencia, están, sin embargo, dirigidas aun fin: esto no sería
posible si no estuvieran gobernadas por un Ser dotado de inteligencia, como
la flecha no puede dirigirse hacia el blanco si no es por obra del arquero.
Luego, hay un Ser inteligente que ordena todas las cosas naturales a un fin:
y este Ser es Dios. Esta es la prueba más antigua y venerable de todas: es
muy probable que Santo Tomás siga en su exposición a San Juan
Damasceno y Averroes.
El primero de estos argumentos, el cosmológico, fue utilizado por
Aristóteles no sólo para demostrar la existencia de Dios como primer motor,
sino la existencia de tantos entendimientos motores como órbitas hay en el
cielo. En cambio, para Santo Tomás el primer motor sólo es uno:
Dios; y solo para Dios es valida la prueba. En cuanto al movimiento de los
cielos, parece, en efecto, suponer una sustancia inteligente que lo produzca,
porque, al contrario de los demás movimientos naturales, no se dirige a un
solo punto, en el cual deba cesar; pero es muy posible que sea producido
directamente por Dios. De todos modos, si queremos admitir, como han
hecho varios filósofos y santos, inteligencias angélicas que muevan los cielos,
hemos de notar que no están unidas a los cielos como están unidas al cuerpo
las almas de los animales o de las plantas (que son formas de los propios
cuerpos), sino que están unidas a los cielos sólo con el fin de moverlos, para
transmitir el impulso.
Santo Tomás llega a la existencia de inteligencias angélicas, separadas de los
cuerpos, no teniendo en cuenta el movimiento de los cielos (dado que puede
producirlo directamente Dios), sino observando la perfección del mundo,
perfección que exige la existencia de criaturas incorpóreas. En efecto, estas
criaturas son en el mundo las más semejantes a Dios, que es espíritu puro, y
a través de ellas el mundo, que es el efecto de Dios, se asimila aún más a su
Causa.

BIBLIOGRAFIA
ABBAGNANO, Nicolas, Historia de la filosofia, Barcelona, HORAS S.A, 1994.


SANTO TOMAS DE AQUINO: RAZÓN Y FE




El sistema tomista se basa en la determinación rigurosa de la relación
entre la razón y la revelación. Al hombre, cuyo fin -último es Dios, que
excede a la comprensión de la razón, no le basta la investigación basada en la
razón. Las verdades mismas, a que por sí sola puede llegar la razón, no
pueden alcanzarlas todas las personas, y el camino que a ellas conduce no
está libre de errores. Por ello, fue necesario que el hombre fuera instruido
convenientemente y con mayor certeza por la revelación divina. Pe.ro la
revelación ni anula ni inutiliza la razón: "la gracia no elimina la naturaleza,
sino que la perfecciona". La razón natural está subordinada a la fe, como en
el dominio de la práctica la inclinación natural se subordina a la caridad. Es
cierto que la razón no puede demostrar lo que pertenece a la fe, porque
entonces la fe perdería todo su mérito. Pero puede servir de auxiliar a la fe
de tres maneras distintas. En primer lugar, demostrando los preámbulos de
la fe, es decir, las verdades cuya demostración es necesaria a la fe misma. No
podemos creer en lo que Dios ha revelado, si no sabemos que Dios existe. La
razón natural demuestra que Dios existe, que es uno, que tiene las
características y los atributos que pueden inferirse de la consideración de las
cosas que ha creado. En segundo lugar, la filosofía puede utilizarse para
aclarar mediante comparaciones las verdades de la fe. En tercer lugar, puede
rebatir las objeciones contra la fe, demostrando que son falsas o al menos
que no tienen fuerza demostrativa.
Sin embargo, por otra parte, la razón tiene su propia verdad. Los
principios que le son intrínsecos y que son certísimos, porque es imposible
pensar que sean falsos, le han sido infundidos por Dios, que es el autor de la
naturaleza humana. Por lo tanto, estos principios derivan de la Sabiduría
divina y forman parte de ella. La verdad de razón nunca puede ser opuesta a
la verdad revelada: la verdad no puede contradecir la verdad. Cuando surge
una oposición, es señal de que no se trata de verdades racionales, sino de
conclusiones falsas, o al menos, no necesarias: la fe es la regla del recto
proceder de la razón.
El principio aristotélico de que "todo conocimiento empieza por los
sentidos", es utilizado por Santo Tomás para limitar la capacidad y las
pretensiones de la razón. La razón humana puede, es cierto, elevarse nasta
Dios; pero sólo partiendo de las cosas sensibles. "Mediante la razón natural,
el hombre no puede llegar a conocer a Dios si no es a través de las criaturas.
Las criaturas conducen al conocimiento de Dios, como el efecto lleva a la
causa. Por consiguiente, gracias a la razón natural, sólo podemos llegar a
conocer de Dios lo que le corresponde necesariamente por ser el principio de
todas las cosas que existen". De las dos
demostraciones que puede lograr la razón, la a priori o propter quid, que
parte de la esencia de una causa para descender a sus efectos, y la a
posteriori o quia, que parte del efecto para remontar a la causa, sólo la
segunda puede utilizarse para conocer a Dios. Pero
aunque lleva a admitir la necesidad de la existencia de Dios como causa
primera, nada puede decir acerca de la esencia de Dios. Por lo tanto, la
razón, con sólo sus fuerzas, no puede llegar a demostrar la Trinidad y la
Encarnación ni todos los misterios relacionados con estos dos. Estos
misterios son los verdaderos "artículos de fe" que la razón puede aclarar y
defender, pero no demostrar; mientras que la existencia de Dios y otras
cosas acerca de Dios, que la razón con sus propias fuerzas puede llegar a
demostrar, son los preámbulos de la fe.
Aclarando así el campo de la fe y de la razón, Santo Tomás pasa a aclarar
los actos correspondientes. A base de una definición de San Agustín 
, Santo Tomás define el acto de la fe, el creer, como
un "pensar con asentimiento" (cogitare cum assensu), entendiendo por
"pensar" la "consideración investigadora del intelecto y el consentimiento
de la voluntad". El pensar propio de la fe es un acto intelectual que todavía
está investigando, porque aún no ha llegado a la perfección de la visión
cierta. Ahora bien, a todos los actos intelectuales de esta clase no se les une
el asentimiento: dudar consiste en no inclinarse por el si ni por el no-,
sospechar consiste en inclinarse a un lado, pero estando movido por una
pequeña señal de la otra parte; opinar, es adherirse a una cosa, con temor de
que la cosa contraria sea verdadera. "Pero este acto que es el creer, dice
Santo Tomás, incluye la adhesión firme a una
parte; en lo que el creyente es semejante al que tiene ciencia o inteligencia:
su conocimiento no es perfecto como el del que tiene una visión evidente,
en lo cual es semejante al que duda, sospecha u opina. Y así, es propio del
creyente pensar con asentimiento." El asentimiento implícito a la fe, si bien
es semejante por su seguridad al implícito en la inteligencia y en k ciencia,
es diferente por su móvil: pues no está producido por el objeto, sino por una
elección voluntaria que inclina al hombre hacia un lado y no hacia el otro.
En efecto, el objeto de la fe no es "visto" por los sentidos ni por la
inteligencia, pues la fe, como dijo San Pablo, es "la prueba
de las cosas no vistas". De este modo Santo
Tomás, aunque reconoce a la fe mayor certeza que al saber científico, funda
esta certeza en la voluntad, reservando únicamente a la ciencia la certeza
objetiva.

BIBLIOGRAFIA
ABBAGNANO, Nicolas, Historia de la filosofía, Barcelona, HORAS S.A, 1994.



SAN BUENAVENTURA: LA ANTROPOLOGÍA


"Dios ha creado el hombre de dos naturalezas muy distintas entre sí,
uniéndolas en una sola naturaleza y en una sola persona".
Por consiguiente, el alma v el cuerpo entran en la misma medida y título en
la constitución de la unidad de la naturaleza y de la persona humana, aún
estando tan alejadas una de otra. En cuanto al alma, San Buenaventura, más
que la definición aristotélica que la considera entelequia o forma perfecta
del cuerpo, prefiere la platónica, que la considera motor del cuerpo
. Pero, dado que el alma no sólo es forma natural, sino también
sustancia, y sustancia espiritual, puede separarse del cuerpo: lo cual implica
que es incorruptible e inmortal por naturaleza. Su nacimiento no es debido a
la acción de una forma natural, sino a la creación directa de Dios. Su fin es
alcanzar la beatitud en Dios, y por ello puede ser definida como "forma
beatificable".
En el terreno del conocimiento, San Buenaventura se preocupa de
asegurar al hombre la capacidad de iniciativa, y en el campo práctico, la
libertad. Contra Alejandro de Hales y Juan de la Rochelle, que identificaban
el Entendimiento agente con Dios, afirma la oportunidad de reconocer el
poder activo que Dios ha dado al alma humana. ' Aunque esta solución, dice,
afirme la verdad y este de acuerdo con la fe
católica, sin embargo, no es oportuna (adpropositum); ya que nuestra alma
tiene la posibilidad de otros actos; y Dios, aunque es el principal agente en la
acción de cualquier criatura, ha dado a alguna de ellas una fuerza activa que
la lleva a la acción que le es propia." Aunque habla como Aristóteles de
intelecto posible y entendimiento agente, San Buenaventura sólo los
considera como dos partes del alma, dos aspectos del intelecto humano.
En la esfera práctica, el hombre es libre porque debe hacerse merecedor
de la beatitud, y no hay mérito sin libertad. La libertad pertenece a la
naturaleza de la voluntad y de ningún modo puede serle arrebatada, aunque
se envilezca por la culpa y se haga esclava del pecado. La libertad no es un
instinto natural, sino que supone deliberación y albedrío. Su esencia
consiste en la posibilidad de elegir, elección que siempre es indiferente, pues
supone que en cada caso la voluntad puede elegir una cualquiera de dos
alternativas opuestas. Pero como esta indiferencia presupone una previa
deliberación, a la que se añade la decisión de la voluntad, asi también el libre
albedrío es una facultad, al mismo tiempo, que la razón y la voluntad.
La libre elección del hombre está guiada e iluminada por la sindéresis.
San Buenaventura acepta de Aristóteles la distinción entre intelecto
especulativo e intelecto práctico; pero al igual que el Estagirita, niega que
sean dos intelectos distintos. "El intelecto especulativo se hace práctico
cuando se une a la voluntad y a la acción, determinándolas y guiándolas".
En realidad, los dos intelectos son la
misma facultad: el intelecto práctico es solamente la extensión del
especulativo al campo de la acción. Lo que la
ciencia es para el intelecto especulativo, es la conciencia para el intelecto
práctico. "La ciencia es la perfección de nuestro intelecto en tanto que
especulativo, la conciencia es la disposición (habitus) que perfecciona
nuestro intelecto en cuanto es práctico." Pero como, según hemos visto, la
actividad del intelecto especulativo supone una iluminación directa
procedente de Dios, la misma iluminación es presupuesta por la actividad del
intelecto práctico. "En el momento de la creación del alma, el intelecto
recibe una luz que es para él un criterio natural de juicio (naturale
iudicatorium) que dirige el propio intelecto en el conocer.- del mismo modo,
el afecto tiene en sí mismo un peso (pondus) natural que lo guía en sus
deseos". Este peso natural que dirige el
intelecto práctico hacia el bien, es la disposición que le ha concedido la
acción iluminadora de Dios: La sindéresis. "La sindéresis, dice San
Buenaventura, es la chispa de la conciencia;
la conciencia sólo puede mover, incitar, estimular por medio de la
sindéresis, que es como su estímulo y su fuego animador. Así como la
razón sólo puede mover gracias a la voluntad, la conciencia sólo puede
hacerlo mediante la sindéresis". El remordimiento no es un producto de la
conciencia, sino de la disposición que regula la conciencia, de esa chispa
que es la sindéresis.
En el Itinerario, la sindéresis es llamada "ápice de la mente", y se la
hace corresponder con el último grado de elevación hacia Dios, el que
precede inmediatamente al rapto final.

BIBLIOGRAFIA
ABBAGNANO, Nicolas, Historia de la filosofía, Barcelona, HORAS S.A, 1994.


SAN BUENAVENTURA: METAFÍSICA Y TEOLOGÍA


La relación intrínseca que el intelecto humano tiene con Dios no implica
que le sea dado conocer a Dios directamente y en sí mismo. "Es preciso

decir que, al igual que cada causa brilla en su efecto y la sabiduría del
artesano se refleja en su obra, Dios, que es eL artífice y causa de la criatura,
se conoce a través de la criatura. Hay para ello una doble razón: una de
conveniencia y otra de indigencia. De conveniencia, porque cada criatura
conduce a Dios más que a cualquier otra cosa. De indigencia, porque como
Dios no puede, por ser luz sumamente espiritual, ser conocido por el
intelecto en su espiritualidad, para conocerlo el alma precisa de una especie
de luz material, es decir, la criatura". A causa
de esta nueva concesión al empirismo, parecía que San Buenaventura
debiera seguir, para demostrar la existencia de Dios, la vía a posteriori que
fue elegida y seguida por Santo Tomás, y que, por lo mismo, rechazara el
argumento de San Anselmo. En realidad no es asi: San Buenaventura sigue y
defiende el argumento ontológico: "La verdad del ser divino, dice, es tal que
no puede pensarse con asentimiento (es decir, creer efectivamente) que no
exista, si no es por ignorar lo que significa el nombre de Dios".
 El argumento de San Anselmo se mueve en el campo de la
especulación agustiniana y sólo con mucha dificultad puede ser negado por
quien, tomo San Buenaventura, cree que la mente humana, para entender y
juzgar, debe estar unida a Dios. No se puede considerar a Dios como
supuesto previo y condición del conocimiento de todas las cosas particulares
sin admitir que su realidad es cierta y puede demostrarse
independientemente de estas cosas, es decir, a priori. Si el conocimiento de
las cosas tiene por condición el de Dios, y no al contrario, el intelecto
humano, sólo mediante una relación directa con Dios puede entender y
juzgar las'cosas. El hecho de que el hombre se eleve de las cosas a Dios, es
una posibilidad condicionada por la relación del hombre con Dios; por
consiguiente, no puede condicionarlo. El argumento ontológico vuelve a la
lógica del planteamiento agustiniano del problema de la relación del hombre
con Dios: al igual que San Buenaventura, todos los que siguen las huellas del
pensamiento agustiniano lo consideran válido.
Dios, como causa creadora de las cosas, es también modelo de ellas. La
idea o ejemplar de las cosas en la mente divina se identifica con la esencia
divina y se multiplica sólo en relación con las cosas creadas, pero no en Dios
mismo. Por su omnipotencia infinita, Dioses
la causa de todas las cosas que ha creado de la nada. La creación no plantea
ningún problema insoluble: es un punto en que fe y razón coinciden por
completo, ya sea en lo referente a que el mundo dependa causalmente de
Dios, ya sea en lo que se refiere al comienzo del mundo en el tiempo. Es
evidente que el mundo ha sido creado de la nada, porque Dios, a causa de su
omnipotencia, es el agente más noble y más perfecto; por lo tanto, su acción
es radical y determina todo el ser de la cosa producida, no estando
condicionada por nada extraño. Pero, según San
Buenaventura, es imposible afirmar al mismo tiempo que el mundo ha sido
creado y que es eterno. Y, en efecto, es imposible que sea eterno aquello
que llega a ser después de no ser; y éste es el caso del mundo, en cuanto
creado de la nada. Además, la duración indefinida del mundo traería consigo
infinitas revoluciones celestes. Pero lo que es infinito no puede ser
ordenado, en el infinito no hay un primero y, por lo tanto, no hay orden.
Pero es imposible que haya revoluciones del cielo carentes de orden.

Además, la eternidad del mundo-supondría la existencia simultánea de
infinitas almas humanas, lo cual también es imposible. Este último
argumento podría salvarse admitiendo una palingenesia o una unidad real de
las almas de los hombres; pero esto no es tan sólo contrario a la fe cristiana,
sino que también la filosofía lo considera falso.
Luego-, la creación como inicio del mundo en el tiempo es una verdad
necesaria. Aquí San Buenaventura acepta, como dotadas de valor
demostrativo, las razones aducidas por Maimónides, y sigue su
camino sin dudar un instante. En este punto, su actitud está en abierto
contraste con la prudente cautela con que el propio Maimónides (como más
tarde hará Santo Tomás) considera la cuestión, declarando que es imposible
solucionarla mediante demostración.
San Buenaventura toma del aristotelismo hebraico (Ibn Gabirol) el
principio de la composición hilemórfica universal. Dice que es preciso
atribuir una materia no sólo a los seres corpóreos, sino también a los
espirituales. En efecto, el ser espiritual, por ser creado, no es absolutamente
simple, sino que está compuesto de potencia y acto. Ahora bien, potencia y
acto pueden reducirse a materia y forma; por consiguiente, el conjunto de
materia y forma puede también atribuirse a los seres espirituales. La materia
espiritual no esta sujeta, como la de las cosas corpóreas, a privación y
corrupción; no es algo cuantitativo, extenso, que puede engendrarse y
corromperse; carece de cualquier determinación corpórea. Es potencia pura y
 constituye, con la materia corpórea, una sola materia homogénea como es uno 
sólo el oro de que están hechos objetos diferentes. Esta
teoría, que ya había sostenido Alejandro de Hales, se convierte, por obra de
San Buenaventura, en uno de los puntos básicos del agustinismo franciscano.
Por tanto, todos los seres se componen de materia y forma. La forma
es la esencia que restringe y define la materia a un ser determinado. Mas
esta esencia es siempre universal, porque tiene en sí la capacidad de
actualizarse en muchos individuos. Entonces, ¿cuál es el principio de
individuación que individualiza y determina la forma universal? Es
evidente que tal principio no puede ser exterior a la constitución del
individuo, sino que ha de coincidir con sus principios constitutivos. Y
como estos principios son precisamente la materia y la forma, la
individuación procederá de la unión y acción mutua (communicatio) de la
materia y la forma. Y, en efecto, precisamente por la unidad de materia y
forma está constituido el individuo que es un hoc aliquid, en el que el
hoc es la materia y el aliquid la forma. Esta
solución es opuesta a la tradición aristotélica, que situaba el principio de
individuación en la materia, y también ella llegará a ser doctrina común
del nuevo agustinismo.
Este nuevo agustinismo tomará de San Buenaventura el concepto de
materia como potencia, no sólo pasiva, sino también activa, capaz de
determinar por sí misma el nacimiento de las formas. La potencia activa
de la materia es la razón seminal. La noción de razón seminal (Xtxyoc
a-neptiarucós ) de los estoicos pasó a los neoplatónicos, y de éstos la tomó
San Agustín, de quien, a su vez, la tomó San Buenaventura. "La razón
seminal es 'a potencia activa que radica en la materia; y esta potencia

activa es la esencia de la forma, porque de ella nace la forma según el
procedimiento de la naturaleza, que nada produce de la nada"


BIBLIOGRAFIA
ABBAGNANO, Nicolas, Historia de la filosofía, Barcelona, HORAS S.A, 1994.



SAN BUENAVENTURA: FE Y CIENCIA


San Buenaventura establece la superioridad de la fe sobre la ciencia. Al
contestar a la cuestión de si es más cierta la fe que la ciencia, distingue una
certeza respecto a las verdades de la fe y otra certeza respecto a las verdades
de la razón. En cuanto a las verdades de fe, es más cierta la fe que la ciencia.
Aunque un filósofo llegue a demostrar una verdad de fe, por ejemplo, aque
Dios es creador, mediante su ciencia nunca puede lograr la certeza que el riel
recibe de la verdadera fe. Y en cuanto a las otras verdades, la fe posee una
certeza de adhesión mayor que la ciencia, y la ciencia una mayor certeza de
especulación que la fe. La adhesión se refiere al afecto; la especulación está
relacionada con el puro intelecto. La ciencia elimina la duda, según aparece
claramente, sobre todo en el conocimiento de los axiomas y de los primeros
principios; pero la fe consigue que el creyente se adhiera a la verdad, de un
modo que ni argumentos ni tormentos ni lisonjas le pueden apartar de ella.
El geómetra que por un teorema arriesgara la vida sería necio; pero el
creyente la arriesga y debe arriesgarla por su fe.
 Así, la certeza científica queda reducida a un simple hecho intelectual,
simple indubitabilidad teorética, que no exige fidelidad personal; mientras
que la certeza de la fe es exaltada como acto de afecto y adhesión, es decir,
como entrega afectiva de la persona a la verdad.
La fe y la ciencia, la fe y la opinión, pueden coexistir respecto a la misma
verdad. Si por opinión no se entiende la conformidad dada a una alternativa
por medio de otra, sino la conformidad sugerida por razones probables,
entonces podemos darnos cuenta que muchos fieles tienen, para apoyar lo
que creen, muchas razones probables: con lo que, en este caso, la opinión no
sólo excluye la fe, sino que la ayuda y sirve. Por otra parte, la fe no excluye
la ciencia respecto a las mismas verdades y no la excluye porque tiene una
certeza superior. Podemos, con razones necesarias, demostrar que Dios
existe y que es uno; pero dilucidar la misma esencia divina y unidad de Dios
y ver cómo esta unidad no excluye la pluralidad de las personas, esto sólo
puede conseguirse con la fe.
Por consiguiente, la ciencia no invalida la iluminación por la fe, sino que
la exige y la hace necesaria. Los filósofos que consiguieron conocer muchas
verdades acerca de Dios, acabaron, por falta de fe, por incurrir en error o
por desconocer muchas otras. Por lo tanto,
la ciencia nunca puede dejar de valerse de la fe. La fe es la adhesión integral
del hombre a la verdad, por medio de la cual el hombre vive realmente la
verdad y la verdad vive realmente en el hombre.

BIBLIOGRAFIA
ABBAGNANO, Nicolas, Historia de la filosofía, Barcelona, HORAS S.A, 1994.


ANSELMO DE AOSTA: LA LIBERTAD


La investigación realizada por Anselmo en el Monologion y en el
Proslogion tiende a comprender a Dios en su esencia y en su existencia.
Anselmo intenta traducir con ella la certeza de la fe en verdad filosófica; y
con esto ofrecer un camino de acercamiento a la verdad revelada, tal que el
hombre pueda llegar hasta ella lo más cerca posible. Pero paralelamente a
esta investigación, Anselmo emprende otra, dirigida al hombre y a sus
posibilidades de elevarse hasta Dios. El tema de esta investigación es la
libertad. A ella Anselmo ha dedicado dos obras: De libero arbitrio y De
concordia praescientiae et praedestinationis nec non et gratiae Dei cum
libero arbitrio, compuesta, esta último, el año 1109, después de su vuelta a
Inglaterra.
La libertad supone, en primer lugar, dos condiciones negativas: que la
voluntad sea libre de coacción por parte de toda causa externa y sea libre de
necesidad natural interna como es el instinto en los animales.
 La libertad es esencialmente libertad de elección y ésta falta
donde hay coacción y necesidad. Supuesto esto, Anselmo excluye que la
libertad pueda definirse (como había hecho Escoto) como posibilidad de
escoger entre pecar y no pecar. Si fuera así, ni Dios ni los ángeles, que no
pueden pecar, serían libres. En todo caso, además, quien no puede perder lo
que le favorece es más libre que aquel que lo puede perder; y así quien no
puede alejarse de la rectitud de no pecar es más libre que cualquier otro
individuo que pueda hacerlo. La capacidad de pecar no aumenta ni
disminuye la libertad; por esto no es parte o elemento de la libertad. 
El primer hombre ha recibido de Dios originariamente la rectitud de
la voluntad, esto es, la justicia. Hubiera podido y debido conservarla; y a
este fin precisamente le fue dada la libertad. Esta, pues, no es arbitrio de
indiferencia, esto es, voluntad que se decide indiferentemente entre el bien y
el mal; es la capacidad positiva de conservar la justicia originaria y de
conservarla por la misma justicia, y no en vista de un motivo extraño.
Este poder en que consiste la libertad no lo pierde el hombre en ningún
caso, ni siquiera con el pecado. Como quien ya no ve un objeto, conserva la
capacidad de verlo, porque el no verlo depende de la lejanía del objeto y no
de la pérdida de la vista, así la capacidad dé conservar la rectitud de la
voluntad permanece en el hombre aun a través del pecado y entra en acción
apenas Dios restituye la rectitud de la voluntad al hombre que la ha perdido.
Ahora bien, el hombre puede perderla sólo por un acto de su voluntad y
nunca por causas externas. Dios mismo no puede quitársela al hombre.
Puesto que consiste en querer lo que Dios quiere que se quiera, si Dios la
quitase al hombre, no querría que el hombre quisiera lo que El quiere que
quiera. Puesto que esto no se puede imaginar, Dios no puede quitar al
hombre la voluntad justa; solamente puede perderla el hombre. Nada, pues,
es más libre que la voluntad.
No contradice a esto la frase bíblica de que el hombre que peca se
convierte en "esclavo del pecado". Que se convierta en esclavo del pecado
significa sólo que pierde la rectitud de la voluntad y que no tiene la
capacidad de volverla a adquirir sino por don gratuito de Dios. La esclavitud
del pecada es la impotentia non peccandi: el hombre que ha perdido la
rectitud de la voluntad no puede dejar de pecar; pero aun así permanece
libre, porque conserva la posibilidad de conservar aquella rectitud, si le es
devuelta.
De esto resulta que Anselmo, como San Agustín, establece una estrecha
relación entre la libertad humana y la gracia divina. No hay duda de que la
voluntad quiere rectamente sólo porque es recta. Pero como la vista buena
no es buena porque ve bien, sino que ve bien porque es buena, tampoco la
voluntad es recta porque quiere con rectitud, sino que quiere con rectitud
porque es recta. Esto quiere decir que la voluntad recibe su rectitud no de sí
misma (desde el momento que cada acto recto suyo la presupone), sino de la
gracia divina. La última condición de la
libertad humana es, pues, la gracia divina. Como capacidad de conservar la
justicia originaria, la libertad humana, está condicionada por la posesión de
esta justicia; y tal posesión sólo puede venirle de Dios.

BIBLIOGRAFIA
ABBAGNANO, Nicolas, Historia de la filosofía, Barcelona, HORAS S.A, 1994.


ANSELMO DE AOSTA: LA EXISTENCIA DE DIOS


El Monologion es un conjunto de reflexiones sobre la esencia divina que
conducen a una demostración de la existencia de Dios. Anselmo parte del
presupuesto de que el bien, la verdad y en general todo lo universal, subsiste
independientemente de las cosas particulares y no solamente en ellas. Hay
muchas cosas buenas, sea como medios, esto es, por utilidad, sea como fines,
esto es, por su bondad o belleza intrínseca. Pero todas son más o menos
buenas, no absolutamente; presuponen, pues, un bien absoluto, que sea su
medida y del cual obtengan el grado de bondad o verdad que poseen. Este
sumo bien es Dios. De la misma manera, todo lo que es perfecto y, en
general, todo lo que existe, existe por participación de un Ser único y sumo.
El sumo bien, el sumo ser, el sumo grado, todo lo que en el mundo tiene
verdad y valor, coinciden en Dios.
El Monologion desarrolla una argumentación cosmológica que va de lo
particular a lo universal y de lo universal a Dios. El Proslogion desarrolla, en
cambio, una argumentación ontológica, que empieza en el simple concepto
de Dios para llegar a demostrar su existencia. Va dirigido contra la negación
resuelta de la existencia de Dios: contra el necio del Salmo XIII "que dijo en
su corazón: Dios no existe". Evidentemente, aun el negador de la existencia
de Dios debe poseer el concepto de Dios, pues es imposible negar la realidad
de algo que ni siquiera se piensa; la prueba que va del concepto a la realidad,
es, pues, la que no puede ser negada en modo alguno. Ahora bien, el
concepto de Dios es el de un Ser mayor que el cual nada puede pensarse
(quo maius cogitari nequit). Aun el necio debe admitir que el Ser respecto al
cual nada mayor puede ser pensado existe en el entendimiento, aunque no
exista en la realidad. Una cosa es, en efecto, existir en el entendimiento, otra
cosa existir en la realidad; la imagen que el pintor quiere pintar no está
todavía en la realidad, pero existe ciertamente en su entendimiento. Esto
supuesto, la prueba de Anselmo es la siguiente: "Ciertamente, aquello
mayor que lo cual nada puede pensarse, no puede existir sólo en el
entendimiento. Porque si existiese sólo en el entendimiento, se podría
pensar que existía también en la realidad, y, por tanto, que era mayor. Si,
pues, aquello respecto a lo cual nada mayor puede pensarse existe solamente
en el entendimiento, aquello respecto a lo cual nada mayor puede pensarse, es,
en cambio, aquello mayor que lo cual se puede pensar alguna cosa. Pero,
ciertamente, esto es imposible. Por lo tanto, no hay duda de que aquello
mayor que lo cual nada puede ser pensado, existe tanto en el entendimiento
como en la realidad" (Pros., 2). El argumento se funda en dos puntos: 1.°
que lo que existe en realidad es "mayor", o más perfecto que lo que existe
sólo en el entendimiento; 2.° que negar que existe realmente aquello
respecto a lo cual nada mayor puede pensarse, significa contradecirse,
porque significa admitir al mismo tiempo que se lo puede pensar mayor,
esto es, existente en la realidad. A la objeción de que entonces no se ve
cómo es posible pensar que Dios no existe, Anselmo responde que la palabra
pensar tiene dos significados: se puede pensar la palabra que indica la cosa y
se puede pensar la cosa misma. En el primer sentido se puede pensar que
Dios no existe, como, por ejemplo, se puede pensar que el fuego es agua; en
el segundo sentido, no es posible pensar que Dios no existe (Pros., 4).
Al argumento ontológico, el monje Gaunilon, del monasterio
Mar-Montier, en su Liber pro insipiente, opuso que, en primer lugar, un
resuelto negador de la existencia de Dios empezaría por negar que tiene aun
su concepto (que es el punto de partida del argumento ontológico); y, en
segundo lugar, aun admitido que se tenga el concepto de Dios como el de un
ser perfectísimo, de este concepto no puede deducirse la existencia de Dios,
de la misma manera que no puede deducirse la realidad de una isla
perfectísima del concepto de tal isla.
Anselmo replicó con el Liber apologeticus. Es imposible negar que se
puede pensar a Dios: basta, para demostrar esta posibilidad, la misma fe de
la cual Anselmo y Gaunilón están dotados; y si se puede pensar a Dios, se le
debe reconocer como existente, siendo imposible negar la existencia a
aquello que se puede pensar como la mayor de todas las cosas. De una isla
fantástica, aunque se la conciba perfecta, no puede decirse que sea aquello
respecto a lo cual nada más perfecto puede pensarse. De la posibilidad de
pensarla no se sigue su realidad, como, en cambio, se sigue de la simple
posibilidad de pensar a Dios como el ser más perfecto de todos.
El argumento ontológico ha sido unas veces defendido y otras criticado
en la escolástica y estas alternativas han continuado en el pensamiento
moderno. En realidad, el argumento ontológico no es una prueba, sino un
principio. No es una prueba, porque la existencia que se pretende deducir
está ya implícitamente contenida en la definición de Dios como el ser
respecto al cual nada mayor puede pensarse y, por esto, en el simple
pensamiento de Dios: como prueba es un círculo vicioso. Como principio,
expresa la identidad de posibilidad y realidad en el concepto de Dios. Si se
puede pensar a Dios, se debe pensarlo como existente: el pensamiento de
Dios es el pensamiento mismo de esta identidad de posibilidad y de
existencia, identidad que, como Anselmo dice en el Liber apologeticus, es
realizada por la fe. La fe consiste, precisamente, en admitir como
necesariamente real la perfección posible: el argumento ontológico, que
deduce de esta perfección aquella existencia, no es, por consiguiente, otra
cosa que el desarrollo de la fe en su expresión racional o en su principio
lógico. Una vez más se trata de las fides quarens intellectum, del credo ut
intelligam ·. del proceso por medio del cual el acto de fe se convierte en acto de
razón y la iluminación divina en investigación filosófica.

BIBLIOGRAFIA
ABBAGNANO, Nicolas, Historia de la filosofia, Barcelona, HORAS S.A, 1994.